Además de los tiempos que tienen carácter propio, quedan 33 o 34 semanas en el curso del año en las cuales la iglesia no celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, pero recordamos el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos. Es el Tiempo Ordinario.
El Tiempo Ordinario ocurre dos veces en el año litúrgico: después de la época de Navidad hasta el miércoles de ceniza y desde el día después de Pentecostés hasta las oraciones de la vigilia del primer domingo de Adviento.
En el Tiempo Ordinario, que dura por la mitad del año, consideramos que nuestro Redentor Jesucristo es nuestro Camino y Verdad y Vida, después de contemplar sus obras en los tiempos del Adviento, Cuaresma y Pascua.
Cada semana del Tiempo Ordinario nos recuerda que Cristo es la vid y nosotros los sarmientos. En cada domingo y día de la semana, las lecturas de la Misa nos muestran cómo somos su cuerpo en la tierra. Ellos nos muestran que con Cristo podemos ser sal de la tierra y luz del mundo. (Mateo 5, 13)